
Ni los doce apóstoles vieron la Plaza de San Pedro abarrotada, ni don Pelayo vio España reconquistada, ni Cervantes vio El Quijote en chino, ni Churchill vio derretirse el telón de acero... y, sin embargo, todo eso ocurrió.
Y cuando ocurra, se sabrá que éramos muchos, pocos comparados con los que entonces serán, los que defendíamos la vida desde su origen hasta su fin natural. Y de ese modo nos salvaremos de la condena histórica a la que serán sometidos los asesinos, como ha ocurrido desde Herodes hasta Hitler.
PAT
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